viernes, 17 de mayo de 2013


Crónicas del subterráneo · Muerte en la familia

Publicado en la revista Dark, número ocho. 2007.

…y éramos un grupo de drugos que salíamos por la noche a videar.

Alex, A Clockwork Orange.

¿Cuántas fiestas? ¿Cuántos conciertos? ¿Cuántas anécdotas? ¿Cuántas han sido las noches de pesadilla? Múltiples imágenes desfilan y se balancean en mi quisquillosa memoria. 1996 llegaba a su fin. Mucho había transcurrido desde que comencé a organizar eventos. Parecía lejana aquella coproducción con Horacio (En la noche de los tiempos…), sábado 14 de Enero de 1995. Nuestra ahora asociación civil surgió de una charla que tuve con Marco Lacroix (bajista y guitarrista de Las Danzas y Maldoror respectivamente), ambos sentados en una banqueta quejándonos de todo: promotores, volantes, foros, audio y un largo etcétera. Decidimos convocar a las bandas hermanas para todos juntos cambiar las cosas. La primera lista fue conformada por Las Danzas, Maldoror, Las 17 Musas Envenenadas, Veneno para las Hadas, La Capa Nostra, Horizonte de Sucesos y Valeria. El nombre de nuestra unión: Orden del Cister. El primer evento oficial se llevó a cabo el sábado 22 de Febrero de 1997. Las invitaciones fueron hechas a mano, papel quemado y ennegrecido con humo simulando antiguos pergaminos, cerradas con cera y con un sello grabado. Todas con el nombre completo del invitado y entregadas en mano, 350 en total. Las agrupaciones elegidas para iniciar con los rituales fueron Valeria y Veneno para las Hadas. La sede fue Casa Kali Chavero, una bodegacomunahippie, encajada en la colonia Tránsito. Roberto Armenta, de Abismo producciones, ya había realizado un par de eventos en dicho lugar. En esa etapa, los eventos se hacían en forma clandestina en casas, patios y bodegas. Los operativos de la policía y los pleitos con los vecinos eran frecuentes. Sin embargo el ímpetu de la adolescencia era mayor a los riesgos. De cualquier forma la idea era dejar de lado las malas costumbres, rentamos un buen audio y preparamos todo con detalle.
La anhelada fecha llegó y la adrenalina se divertía, mi estómago no. La falta de experiencia me hizo permanecer demasiado tiempo en la puerta y permití el paso a mis “amigos” punks. El único que tenía invitación, El Mayor, supo distinguir el aroma del desastre y decidió retirarse temprano.
El lleno era total, sonrisas, abrazos y fiesta. Sin mayores preámbulos, Veneno para las Hadas hizo los honores y encabezó una época. Sus integrantes, Laura Castro y Alexis Leyva, dejaron bien claro quién era la vanguardia de nuestra joven escena. Tras su magnífica presentación tocó el turno al grupo en que yo participaba tocando el teclado, Valeria. Rock gótico ochentero sin mayores pretensiones, nos fue bien. Al bajar del escenario llegó mi momento de jugar al pone play.

Cantos, bailes y rituales

Como ambientador de la fiesta no se requiere de un gran esfuerzo para que inicie el slam, lo importante es no ser impaciente. Sin mayor preámbulo se puede poner una canción agresiva, y en efecto, comenzará el desorden, pero sin estilo.
En aquella noche, mi sencilla fórmula consistió en dejar correr una secuencia de clásicos post punk bailables: Killing an Arab (The Cure), Telegram Sam (Bauhuas) y Warsaw (Joy Division). Piezas cortas que no requieren presentación. Acto seguido: Misirlou (Dick Dale) y Mala vida (Mano Negra), pruebas irrefutables de la gran diversidad en los gustos de los siniestros. Should I Stay or Should I Go (The Clash) y She Said (The Cramps), acabaron por completo con toda solemnidad, y Thieves H. (Ministry) entró devastadora. Cada pieza fue recibida por gritos de aprobación y casi la mitad de los asistentes se molía a golpes. El que prácticamente todos se conocieran evitó riñas, como siempre, y contrario a esto algunos brincaban abrazados semejando un grotesco can can. La visión de más de un centenar de siniestros hermanados en su caótico baile nubló mi juicio, debí calmar los ánimos con Stop! (Jane’s Addiction) y a otra cosa, pero ¡No!, tenía que soltar a mis adorados Pixies con su Oh My Golly! y la pelea llegó.
Una gran campal dio inicio por el choque de los punks con “el barrio”. Justo al centro pude ver al Huevo dar los primeros empeñones y al John cargar con todo sobre un desconocido. Al parecer un puberto de la colonia, de dieciséis o diecisiete años a lo sumo, provocó a los punks y por supuesto ellos respondieron. El grupo de chavos banda de la localidad, que entró por curiosidad, quiso imponer sus reglas, pero no midieron bien al enemigo. Primero eran todos contra todos, luego la batalla tomó curso y los siniestros apoyaron a los punks dando una paliza memorable a los que les eran extraños. El caos adoptó la forma de un animal enorme y negro que se azotaba furioso por todo el lugar. Algunos subieron a la tarima y tomaron las pesadas bases de los micrófonos como armas, el metal de estas brillaba al alzarse sobre las cabezas antes de caer con extrema violencia sobre cuerpos que yacían en el suelo. En el rincón del fondo quedó una enorme mancha de sangre. No se vislumbraba un final, reuní a todos los que pude a mi lado y empezamos a separar gente, lo más difícil fue quitarles las bases. Como perros azuzados, algunos tardaban en darse cuenta de que quien los trataba de detener era algún amigo, y todos los pacificadores nos llevamos buenos golpes. Entre los elementos de seguridad, el staff y los organizadores de algún modo sacamos a los principales contendientes y el pleito continuó afuera. Mucha gente se había ido y otros se atropellaban para salir. En situaciones como aquella todo pasa en un suspiro.
Apenas cerramos la puerta escuche gritos a mi espalda, di la vuelta para contemplar a una chica entrar en frenesí, era evidente que se hallaba bajo el influjo de alguna droga. Por su largo cabello enmarañado cubriéndole el rostro tarde en reconocerla: mí querida Tomi. Ella había estrellado el fondo de una botella y con la filosa mitad rota en una mano y una delgada navaja en la otra, lanzaba tajos al aire mientras gritaba incoherencias. Tomi es bajita y muy delgada, una verdadera Wolverine que de milagro no hirió a nadie. Fue difícil someterla. La rodeamos, alguien le sujeto por la espalda y otros más la desarmaron. La madrugada apenas comenzaba, quedamos dentro de la bodega alrededor de cincuenta personas entre grupos y amigos. De la calle se escuchaban gritos y golpes en la gran cortina de metal. Después nos enteraríamos de que los últimos sonidos no fueron golpes sino disparos. Comencé a repartir tareas, había que guardar todo y limpiar. Quizá llegaría la policía. Alguien, no recuerdo quién, corrió hacia mí gritando – ¡Mataron a un chavo!, se hizo un silencio, luego murmullos, Laura estalló en llanto. Nos invadió el pánico…

Noche en caos

Lo que cuento a continuación es un extracto de las versiones de muchos amigos que fueron testigos de lo ocurrido en la calle. Al parecer los “pesados” del rumbo llegaron buscando revancha. Obviamente no podían distinguir entre un siniestro y otro por lo que, pistola en mano, abrieron fuego contra todos en la calle. Uno de los primeros tiros hirió a un chavo en una pierna, él cayó al piso, uno más hirió a otro, no recuerdo en qué parte del cuerpo, y un tercero alcanzó a una chica en un brazo. Los dos últimos fueron llevados a recibir atención médica, el primero recibió el tiro de gracia mientras los agresores huían. Un amigo, Angelo, quiso ayudarlo y con dificultad lo arrastró hasta la puerta del lugar. El joven murió en sus brazos.
Desde luego el “brillante” cuerpo de policía del Distrito Federal llegó con el caso resuelto: la balacera sucedió adentro del local y el cadáver fue lanzado a la calle para evitar problemas aún mayores. Los primeros en ser detenidos fueron los encargados del lugar, y por parte de la Orden… yo. Todos fuimos llevados a la delegación. Al salir de la bodega en torpe procesión tuvimos que pasar junto al caído. La situación era grotesca. El Huevo se hallaba postrado a un lado del cuerpo mientras gritaba: ¡¿Por qué lo mataron si era mexicano?!
El lugar fue clausurado con todos los instrumentos y el audio en él ¡Maldición! Ya en la delegación todas las declaraciones fueron semejantes: No sé quien disparó, estaba adentro. Los agentes del ministerio público estudiaban fascinados algunas invitaciones que encontraron. Un traslado, muchas preguntas, burocracia y anécdotas extrañas en las celdas (imaginen a hippies, punks, siniestros y borrachines regulares cantando unidos Él no lo mató y Mi muñequita sintética de El Haragán y Cia.). Tras pasar 24 horas en los separos se nos liberó. Los culpables no aparecieron.

…y esta señal la porta la raza de Caín hasta el fin de los tiempos. Mario Cruz, El evangelio de los vampiros.

La gente debería saber que estamos en contra del fascismo, de la violencia y del racismo, y a favor de la creatividad. Estamos en contra de la ignorancia. Joe Strummer, The Clash. Fueron muchos los periódicos que cubrieron la nota. La prensa amarillista no dudó en explotar el morbo: “Ritos satánicos en la Tránsito” y varios encabezados más en el mismo tenor. Narraciones extraídas de los más recónditos deseos frustrados por escribir un best seller de los “periodistas” en turno. Los elementos fueron demasiado obvios: una balacera, un muerto, dos heridos, hordas de jóvenes vestidos de negro corriendo despavoridos por las calles, otros tantos detenidos, extraños y enormes símbolos pintados en los muros, hierba, algún machete tirado en un rincón (como ya comenté aquel lugar era una especie de comuna hippie) y, por supuesto, algunas manchas de sangre. Pensándolo bien, creo que no los puedo culpar.
Fue leyendo estos diarios que me enteré del nombre de la principal víctima, Eleazar. Aunque era un neo nato, resultó el estandarte perfecto para varios oportunistas hambrientos de atención: Era mi mejor amigo, Yo lo conocía mejor que nadie, y otro largo etcétera. Pocos tuvieron una idea clara acerca de él, sin embargo su muerte tuvo un gran efecto en nuestra pequeña y siniestra familia disfuncional, nunca algo volvió a ser igual… afortunadamente.

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